La siguiente historia proviene de un
blog argentino. Si bien no tiene pruebas concluyentes, sus pasajes
resultan fascinantes. ¿Será creíble? Quedará para el criterio de
cada cual: Durante años fue un secreto que mantuvieron los
pobladores de la pequeña localidad de Santa Inés, ubicada al
noroeste de la provincia de Misiones (Argentina). Pero el secreto se
rompió y ahora todos saben la verdad: un hombre lobo vivió en ese
lugar durante muchos años con el permiso de todos los pobladores.
Se dice que este hombre, Santos Luna, a
quien todo el pueblo conocía como Don Pancho, manejaba un almacén
de ramos generales y que el secreto se mantenía por un pacto
implícito que consistía en algo muy simple: el lobizón debía
alejarse lo más posible de la zona durante las noches en que se
transformaba para que los vecinos no sufrieran situaciones violentas.
A cambio, el pueblo le aseguraba no contar su secreto.
Al menos así contó la historia Ramón
Martínez, oriundo del pueblo de Misiones pero que desde los 13 años
vive en la localidad de Rafael Castillo, en la provincia de Buenos
Aires, donde se casó y tuvo tres hijos.
Según Martínez, “para todo el
pueblo era normal que estuviera allí. Todos sabíamos que él era
lobizón, y él sabía que nosotros conocíamos su problema. Era
realmente un pacto, y estábamos todos acostumbrados“.
“Es que nadie le tenía miedo
–continúa Martínez-. Al contrario, lo respetábamos muchísimo.
Era una persona correcta, educada y trabajadora. Lo que tenía no era
observado como un fenómeno sobrenatural o demoníaco, sino como un
problema para su vida, algo que no tenía remedio. Me permito romper
el silencio pactado en el pueblo porque ya pasaron muchos años y su
memoria lo merece”.
Cuando Martínez nació, en 1935, Don
Pancho ya estaba instalado en el pueblo. La primera vez que Martínez
escuchó la historia fue de su padre Dionisio. Le contó que Don
Pancho había llegado de repente, tras comprar un terreno, y
lentamente fue haciendo su casa y se armó su negocio, un almacén
que tenía desde alimentos hasta herramientas y que prosperó
rápidamente.
Don Pancho, en el relato de Martínez,
era un hombre delgado, alto y con el pelo lacio; era una persona
agradable, que nunca estaba de mal humor y siempre estaba
correctamente vestido y con camisa marrón para atender a los
clientes. No hablaba mucho, salvo para explicar las características
de los productos que vendía en su negocio; y nunca formó una
familia.
En el testimonio de Martínez sólo hay
un dato extraño sobre Don Pancho. Dice: “No dejaba que lo toquen,
y él se cuidaba mucho de rozar a la gente. Además, tenía un olor
particular, como el que puede tener un animal. No era desagradable,
simplemente fuera de lo común”.
Martínez también reveló que “Don
Pancho tenía un ritual que repetía todos los jueves por la tarde.
Alrededor de las 17, cerraba su negocio y desaparecía, y regresaba
recién al otro día, de madrugada, y a las 8.30 abría su almacén.
En ocasiones, tenía rastros en su cuerpo de que no la había pasado
bien en su transformación. Entonces tenía rasguños, moretones,
vendas en el cuerpo o problemas para caminar. Pero nadie le
preguntaba nada, por respeto”.
Todos sabían que los jueves Don Pancho
se transformaba en hombre-lobo y no quería provocar problemas en el
pueblo. Por eso se alejaba lo más posible de la zona. Ese era el
pacto implícito, y todos lo sabían.
Fuente: maestroviejo.wordpress.com
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